sábado, 31 de marzo de 2007

Pinceladas


Siempre me gustó pintar. Últimamente parece que disfruto colocando una de las pinturas en el suelo a la vez que comienzo a juguetear con el próximo boceto. Y mientras voy proporcionándole forma, no puedo evitar dirigirme al que decidí abandonar para seguir dándole las “últimas pinceladas” que siempre se convierten en penúltimas. Creo que estoy obsesionada con uno de los cuadros y resulta difícil convertirse en coleccionista de arte cuando se está encerrada en una sola pintura, pero lo cierto es que he ido amontonando lienzos en mi pinacoteca que se han convertido en obras por terminar.
A veces llegan amigas y deciden coger la paleta de colores y darme alguna que otra clase magistral. Pero puede que sean mis manos o la colocación de mis dedos al coger el pincel los que provoquen trazos gruesos y sin sentido que terminen sacándome del cuadro y devolviéndome al otro. Y ahora vuelvo a retocar las montañas del paisaje que me obsesiona, intento dar más brillo al cielo de un cuadro que tiende a nublarse y hay días que me parecen noches e incluso llego a imaginarme las estrellas. Y hay un camino con dos personas que no avanzan, sólo dibujé sus sombras pero con eso bastaba, y un lago al final con cisnes esperando a que alguien les dé de comer.
Había vuelto a tapar el cuadro con una de esas sábanas viejas que encontré en el desván, pero hace poco tuve un sueño y desperté con aquel paisaje alojado al otro lado de mi almohada. No sé cómo llegó allí. Quizá fui yo la que decidió quedarse dormida mientras le daba color a los cisnes y teñía de rojo uno de los atardeceres más bellos que pude haber dibujado. Sin embargo las sombras seguían inmóviles, el cielo acercándose a un nuevo gris oscuro, casi negro (huérfano de estrellas) y los cisnes hambrientos de tanta espera. Intenté dirigirme al taller para iniciar la peregrinación de modificaciones y me encontré con que las témperas estaban demasiado secas y los pinceles hartos de mí: un paisaje definitivo que me niego a colgar sin firmar.

Estoy replanteándome mi carrera. Creo que no pinto bien.

lunes, 26 de marzo de 2007

uff… ¡BOSÉ!


Todo es posible…menos tú


No es un arte fácil prometer. Soy más de verano pero me invierno contigo. Dame un poco más de café y luego…bien, bien, bien, ¡BIEN!
Para mí tu look cha cha chá. Dame una y otra más. Siete son los pecados cometidos. ¿Y qué será otro pecado capital?
No es un arte fácil prometer pero…bailaremos, ¿eh?
Adiós a los amantes bandidos, que dejan corazones malheridos. El mérito está en no quedarse en el intento. Alí Baba ¿qué estoy haciendo? Trágame Tierra, ábrete Sésamo, intrépida libélula que mira a los espejos (prendi tutti i sogni miei)
Hay corazones que van despacio (y el mío en paro lame poemas caídos de tus labios). El gato mata la oscuridad y a mí me puede la curiosidad. Nena, ¿y esas cejas? Sofisticada diva: ¡Dale bambú!
¿Y te lo comes tú?
El tiempo pasa y no de largo. Somos los mismos envueltos en novedad.
Papito, me quedaré aquí, junto a mi perro, espiando. Si tú no vuelves, dame al menos una oportunidad.
Y ahora preguntas qué me está pasando. (¿Me pones tres granos de café?).
‘Morena mía’ nadie supo decirlo tan bien…


¿Y bailaremos?... ¿eh?... ¿Bailaremos?

Ja, ja, ja

miércoles, 21 de marzo de 2007

Con las ventanas abiertas


Sé que nunca escribiré un gran libro. Es cierto que la fama me abruma. Odio que me hagan fotografías. Quiero ser yo la que inmortalice mis momentos. No sé si viviré en la playa, en el campo, la montaña o en la cuneta de una carretera: el ser mileurista te da muchas posibilidades.
Puede que recorra Europa con una mochila a mis espaldas. Prometo ducharme en cada albergue. Quizá me case con un ultrafalangista y me salgan hijos progres y a lo mejor con él pueda elegir dónde vivir porque se metió en política para forrarse. Quizá le envíen a la cárcel por corrupción y yo sólo tendré que ir a visitarle, mientras en casa me fumo los últimos puros que adquirí en mis constantes visitas a la Habana.
Y cuando cumpla la condena, ya habré firmado los papeles del divorcio y huido a una isla desierta que compré con el dinero que robó. Y allí fermentaré al sol hasta que despierte en la misma calle que me vio crecer, cantando canciones de mi infancia, viendo cómo dos niñas, que dicen ser mis nietas, juegan a la comba, y con las ventanas del ático abiertas, mientras el humo de mi cigarro se escapa, al compás de una canción de un compositor con similar vida.

Harta


Habían quedado en el mismo bar donde se conocieron, en la misma mesa de esquina a la que le seguía faltando una pata y que se tambaleaba cada vez que ella colocaba sus pulseras. Harta del calor de la primavera sevillana, del ambiente caldeado por el humo, de los roces de los que entraban en el local para pedirse una piña colada. Harta de las noticias que ofrecían los periódicos manchados, de la procesión de manifestaciones iniciada hacía semanas…
Ella observaba por la cristalera del local cómo los barcos, cargados de turistas, navegaban por el río y él seguía pasando las hojas de todos los periódicos deportivos, sin descubrir la belleza del instante. Se habían citado para salvar un barco que se hundía, una historia que naufragaba.
Y ahora un hombre entra por la puerta principal y ella no para de mirarle. Siguen manteniendo las miradas y en esos minutos de tiempo muerto ella ya sabe cuál es el color de sus zapatos y la textura de su corbata. Él aún está descubriendo de qué color son los ojos a los que mira.
Pero la inestabilidad de la mesa rompe el instante: -¿Quieres una cerveza?- Ella niega con la cabeza y ahora vuelve a buscar la mirada de antes, pero ya no hay nadie, tan sólo un vaso vacío y una servilleta usada. Y vuelve a mirar por el cristal mientras escucha el pasar de las hojas de un periódico que vuelve a abrirse y ahora no hay barcos. La mesa sigue con su vaivén de siempre, anunciando un trágico final, y ella harta de la mesa, de tantos barcos con turistas, harta de los roces de la gente, echando de menos las caricias. Harta de tanto silencio, de su silencio…Harta de él.

lunes, 19 de marzo de 2007

Queridas amigas:


Elisa era 'la satélite'. Hoy en día sigue volando por el espacio aunque hace visitas esporádicas al planeta Tierra. Noelia maduró antes que todas. Leti fue miss inocencia, pero no por ello menos lista e inteligente. Desi era la que ponía la casa, el centro de reunión. Quizá también fuera la más sincera. Cinti fue la que empezó a colonizar pueblos cercanos (y eso que su padre nunca quiso apuntarla a las excursiones del colegio). Cristi Pe era la rubia de la pandilla, veterinaria desde que aprendimos a sumar. Cristina H nos trajo las tendencias de la capital, para posteriormente convertirse en la tendencia más cotizada por todos. Siempre recordaremos sus labios rojos en aquel día tan importante.
Creo que Elisa fue de las primeras en ponerse tacones, la que se colaba en discotecas cuando aún no tenía la edad, la protagonista de la Flaqueza del Bolchevique.
Noelia fue la que nos acomplejó a todas. La que consiguió un amor casi platónico para finalmente demostrarnos que nada es eterno y todo termina.
Compartimos clases, recreos y bocadillos. Tardes de lluvia intensa que siempre precedían al arcoiris. Viajes en bicicletas que no volverán a repetirse. Charlas inacabadas donde hablábamos de nuestras primeras experiencias. Fuimos las últimas en jugar en la calle y las primeras en descubrir eso de las llamadas perdidas.
Y siempre pensando en niños mayores sin darnos cuenta que los nuestros eran guapísimos. Y siempre deseando cumplir los dieciocho y al final seguíamos igual.
Tardes de verano sentadas en el mismo parque y noches de verano derritiendo hielos. Tardes de verano donde siempre fracasaron nuestros planes y días de invierno donde preferimos quedarnos en casa y cambiar nuestros encuentros por una fría llamada telefónica.
Hoy esas charlas se han acabado. Ya no hacemos teatros, ni “playbacks” que guardábamos en cintas de video. Ni anuncios que nos provocaban eternas carcajadas. Ya no compartimos ropa ni nos prestamos los zapatos. Hemos perdido la página del libro de nuestras vidas y hemos decidido parar de escribir. Las llamadas perdidas nunca estuvieron tan perdidas como ahora y nos empeñamos en seguir compartiendo cafés cuando siento que cada vez hay menos que contar.
“Siempre nos quedarán nuestras bodas” (para encontrarnos), me dijo alguien hace tiempo. Pero… ¿y si no me caso?

miércoles, 14 de marzo de 2007

Yo no era


Yo no era como esas niñas de ojos azules y pelo rubio que aparecían en los anuncios. Ni siquiera era capaz de pronunciar alguna palabra cuando rondaba la edad de los cuatro años. Fui la primera marginada de la clase. Después me enamoré del chico con gafas de culo de vaso y ya fuimos dos (marginados). Me costó aprender a montar en bicicleta incluso con las dos ruedas pequeñas adicionales y me escondía detrás de los árboles del recreo repasando la materia que habíamos dado en la clase anterior y haciendo los trabajos que la pija de turno con la falda más corta me había encomendado (si los hacía disfrutaba de cinco minutos menos de marginación). Fui la del diez pero no la niña diez. La gordita de la primera fila. Aún recuerdo aquella excursión al estanque del pueblo y cómo Marga (maquiavélica de profesión) me hizo perder el equilibrio y con él el bocadillo de chorizo que con tanto cariño había preparado mamá. Fue en aquel instante donde decidí dejar naufragar todos mis miedos y darle una patada en las espinillas a aquella niñata con nombre de flor. Y fue así, con la llegada de la pubertad, con la revolución de las hormonas, cuando los médicos descubrieron que no eran tantas mis dioptrías y que podía prescindir de mis lentes. Y fue así, con la llegada de la pubertad, con la revolución de las hormonas, cuando Marga dejó de ser la flor más bonita de la pradera para convertirse en una simple flor con tendencia a marchitarse. Le estallé sus frívolas pompas de chicle en la cara y fui yo la que se llevó al niño más guapo de la clase, casualmente aquel niño gordito de ojos pequeños y gafas de culo de vaso al que siempre iban destinados todos los pelotazos.