jueves, 9 de junio de 2011

Plantéame . . .


‘Plantéame’ acaba de titularse el último mensaje que me ha escrito un amigo (de los mejores). Él lo sabe. Plantéame cuando cumplo 24 años, cuando me he planteado muchas cosas y aún me quedan más por plantearme. Cuando sufro de una resaca de ron y cava y de un reloj que sólo ha dormido tres horas. ‘Plantéame, cuando yo ya te he planteado’, termina diciendo.

Hace tiempo que llevo planteándome las distancias y el daño que hacen al hilo de las amistades. El deterioro de una cuerda que parece tensarse por segundos, mientras uno cruza Despeñaperros, se pierde por la Alhambra, amanece en una frontera con Portugal, inicia el camino del Rocío, sueña con nuevos proyectos, mira al horizonte desde otras perspectivas o sella la última página de los apuntes que le terminarán dando una carrera. Ninguna de esas distancias se han olvidado de mí hoy. Motivo suficiente para que esta noche nos echemos otra copa (risas).

Echo de menos la sonrisa de mis sobrinos, perderme su día a día, el pueblo, los paseos… Nada que pueda cambiarse por una Gran Vía, por muy modernos que resultemos los que estamos aquí. Sí. Hay teatros, cines, fiestas, grandes avenidas, parques, librerías, amigos, muchos y buenos, posiblemente de los mejores. Hay todo lo que están pidiendo mis 24 pero no todo lo que me vaya a pedir la vida. ¿Volver para atrás? Ni de coña (con toda la brutalidad del término). Lo bueno de las distancias es que te terminan poniendo en tu sitio, a ti y a los demás.

Mi madre es tan inteligente que hace mucho tiempo que me dijo que nunca llegaría a ser la madre que ella es. Y quizá eso me ayudó a centrar mi destino en otras cosas (ironía). Puede que yo tampoco tenga unos hijos como los que ella ha tenido, pese a las discrepancias de algunos amigos que piensan que yo tendré un trío como los de la Preysler (no sé si esto es positivo, la verdad). Plantéame, sí. Soñar, vivir, crecer, amar, ver… Hay verbos que se merecen una conjugación eterna y una primera persona dispuesta a aliarse con ellos. Yo ya me lo he planteado pero necesito otra persona que se lo plantee conmigo. ¿Vosotros?

martes, 21 de abril de 2009

La foto . . .



Nos hemos aproximado al punto exacto en el que ya todo nos da igual. Hemos llorado lo suficiente para no tener que llorar más. Nuestros hijos se fueron de casa. Ya sólo llaman por las noches, cuando tú ya has comenzado con tu procesión de ronquidos y yo sigo bordándole a la niña la manta que nunca se pondrá; pero también nos hemos acostumbrado a hacer cosas innecesarias, quizá porque a nuestra edad ya lo hayamos hecho todo.

Me has dicho que te haga una fotografía. El viaje fue improvisado. Esta vez no lo pagó el niño. Por muchos recursos que sigamos teniendo la edad no nos libra de terminar en eso que llaman “Residencia de ancianos”. Mañana puede que empecemos a perder la cabeza y sería triste que dejáramos de recordar nuestros nombres o que yo me olvidara de tu primer beso o de la cara de nuestro primer hijo en aquel quirófano al que te negaste a entrar. Sería triste que no nos cuidaran con la misma delicadeza con la que nosotros mecimos sus cunas, pero será que esto de la globalización lo está cambiando todo y ya nosotros sólo vemos un único canal; y mal, porque escuchamos poco aunque hayamos visto mucho.

No logras colocarte en la barandilla del puente que has elegido para inmortalizarte. Has empezado a tambalear pero te niegas a reconocer que lo llevas haciendo varios meses. Yo ya no soy la misma que conociste. He empezado a flaquear y los vestidos ya no me quedan igual que antes. Creo que he empezado a perder hasta carácter, pero me gusta seguir viéndote todas las mañanas a mi lado. ¿A ti no? Hemos perdido la práctica de ciertos vicios pero no hemos caído en el error de separar nuestras camas. Eso nunca. Me encantaba mirarte con cara de odio mientras me preguntaba en silencio por qué te quería tanto. Ahora eres tú el que me da los golpes en la espalda cuando me atraganto.

Ya hice la fotografía. Te lo he tenido que decir dos veces, pero ya no me altero. Tú también has comprendido que la vida son etapas y a nosotros, ahora, nos toca vivir ésta.

lunes, 30 de marzo de 2009

Arena de otro mar . . .


Te has puesto en el encuadre perfecto de cualquier foto perfecta.

Hoy no me he traído el diario. Ni el flash.

Dime en qué piensas cuando las olas terminan rompiendo en la orilla.

¿Salado o dulce?

El café estaba amargo y el perro no era tuyo.

¿Por qué finges?

Hoy no tengo ganas de hablar. A veces pienso que callo demasiado.

Es un defecto.

Hablar demasiado también lo es y a mí el término medio de Aristóteles no me quedó muy claro.

¿O no quise aprendérmelo? Ahora dudo.

El perro no habla. La lengua se la dejó en su última cacería.

Tú y yo sí que somos dos cotos privados de caza. Y sin armas para resolver determinadas crisis.

¿Qué no es lo mismo?

La primavera en abril. El tiempo que pasa. El color del mar y la arena de la playa.

Nuestro carpe diem.

Los pantalones del señor en aquella cafetería.

Tú de madre.

¿Qué conectan los enchufes?

La sinceridad es un plato que no se sirve con cualquier capuccino.


Al olvido le falta azúcar y mucha sal.


Podríamos volver en julio.

Con arena de otro mar.


martes, 17 de febrero de 2009

El escondite . . .


El olvido es tiempo invertido. Dime tú qué es el presente sin pasado y el futuro sin progreso. No me vas a contestar. Nunca me has contestado. Eras filósofo y bueno en Filosofía. Tu expediente lo revela. ¿Sabes? Odiaba tu cobardía porque parecía ser yo la única en enterarse de ello. Tú en el silencio no eras nadie. Yo tuve que aprender a valorar ese silencio. A veces pienso que te conocí demasiado para el poco tiempo que nos dimos. Quizá por eso siga tendiéndote en mi diván e intentando jugar con tu yo, ello y superyó.

No. Hoy no voy a escribir sobre ti. Hoy voy a arrancar todas las páginas del diario. Hoy voy a eliminar las fotografías de los álbumes y vamos a jugar al escondite. Tú en una pared y yo en otra. Tú en una esquina contando hasta cien y yo llegando a doscientos de diez en diez. He delimitado el perímetro que nos separa. He puesto fuego en los vértices. Te he enseñado a contar pero has hecho trampas. He visto tu sombra al pasar por mi espalda y la huella de tus zapatos en la arena del camino. He sentido tu hálito y tu perfume mientras todo se llenaba de pretéritos pluscuamperfectos. Te has saltado las reglas del juego aún sabiendo que, lo nuestro, era un partido amistoso.

He reído. Sigue moviéndose con cierta guasa la rama del árbol en el que te has escondido.

He gritado ¡por ti! Pero he descubierto que en esta noche, los dos somos cascarón de huevo.

martes, 2 de septiembre de 2008

Disfrazar y disfrazarse . . .


Mi sobrino Alejandro disipa sus miedos aferrándose en cada uno de los personajes que le aterran por las noches. Se convierte en el héroe de sus cuentos y en el pirata de sus vídeos. Esos vídeos, a veces, se los regalo yo. Mi sobrino se coloca el parche de pirata y alza su espada de guerrero, y me pide que le pinte la cara como a un indio o le enseñe a poner bien el capote [siempre de torero]. A mi sobrino le dan miedo los piratas, no le gusta perder, odia a las brujas y teme al sonido de los tambores hindúes. Mi sobrino es guapo y quizá también le tenga miedo a la belleza.

Yo nunca pude vestirme de mis miedos infantiles, porque siempre admiré a los piratas y al sonido de los tambores. Quizá me disfrazara de mí misma representando un papel utópico en la vida real. Quizá, también, disfrazara todos mis miedos, pensando que podría hacer creer que no temía a nada ni a nadie.
¿Pero cómo puedo disfrazarme de muerte, fracaso o soledad? No puedo pintarme la cara y gritar al mismo tiempo que tengo miedo a la soledad, ni tampoco ponerme un parche en el ojo y decir que sufro de desamor. ¿De qué color se pinta a la muerte y, al mismo tiempo, a las ganas de vivir? ¿Qué color le pongo al futuro si aún no he aprendido a manejar la acuarela del pasado? ¿Qué lienzos me esperan por pintar hasta completar la galería de arte?

Mi sobrino sigue disfrazándose. Ha empezado a manejar las acuarelas y es un obsesionado de los pinceles. Sigue queriendo ser pirata de mayor, aunque no sepa de velas ni de barcos. Mi sobrino sigue pidiéndome que le enseñe a pintar pero no sé cómo decirle que no entiendo de lienzos, pinceles ni cuadros .

Los dos seguimos igual de ilusionados y sin querer quitarnos el disfraz . . .

martes, 20 de mayo de 2008

No estás . . .


He heredado cierta atracción por amanecer en París. De Londres me imaginé una amplia cristalera llena de gotas de lluvia. Tú siempre estarías dormido cuando girara la cabeza, compartiendo el mismo colchón, la misma cama del minúsculo apartamento donde habíamos decidido vivir. Hoy sé que tú nunca vas a estar entre las sábanas blancas que compraríamos en un céntrico mercadillo. Tampoco traspasarás la línea imaginaria que toda pareja crea en la almohada. No vamos a compartir hoteles de New York, ni alquilaremos habitaciones de dos camas sin espacio para ubicar a la mesita de noche que las separa. Tú no vas a cambiarle los pañales a mis hijos ni los vas a sacar a pasear. Podrán tener tu mismo nombre pero no el tuyo. Los olvidos impuestos duelen más que los del tiempo. No vamos a mezclar nuestros perfumes en la ducha. Tampoco el carmín de mis labios compartirá cajón con tu cuchilla de afeitar. No vamos a leer la prensa juntos ni a revelar fotografías en blanco y negro en un cuarto oscuro. Creo que ya no nos vamos a hablar más, aún teniendo mucho que contarnos. Los errores duelen más cuando uno tiene la sensación de haber perdido la oportunidad de sanarlos […].

Siempre me gustó lo trascendental de las puertas de embarque. Los aeropuertos colapsados de desconocidos al vaivén de letras y números. Los destinos. El saludo del comandante y las indicaciones de las azafatas en caso de peligro. Siempre prescindí de ese momento, quizá pensando que jamás recordaría cómo ponerme la máscara de oxígeno en caso de emergencia. Tú estabas en la enorme cristalera que me separaba de la pista de aterrizaje. Tú estabas en las esquinas dobladas de cada uno de mis libros, en la tienda de souvenirs donde me compré pulseras y collares. Tú estabas en el montón de postales en el que siempre sobraba una, y dos. Tú estabas cuando me tendía al sol y me imaginaba en una isla desierta, sola contigo.
Tú ya no estás por las mañanas ni tu gota de café manchando el artículo de Millás. Ya no hay línea imaginaria en la almohada ni avería en el ascensor. Ya no estás en los despegues ni en los aterrizajes, ni siquiera en la estrechez de los baños a los que siempre acudíamos en los puentes aéreos. Los cuadros que colgaste los he puesto en el suelo, porque alguien me dijo que eso era cool. Culpables fuimos los dos. Arrepentida, yo…

No he retirado tu fotografía de mi mesa de noche, porque aún me sigue gustando que tus ojos precedan a cualquier amanecer, aunque ya no estés.

sábado, 26 de abril de 2008

Posdatas . . .


Alguien dijo que no nos debería preocupar la muerte porque serán otros los que tengan que superar nuestras ausencias. Nunca quise decirte que aquel atardecer en las escaleras del tanatorio inspiraba unas páginas de las tuyas; y ahora eres tú el que me las pides a mí. El aire llegaba marismeño, con la humedad de las lágrimas de los presentes. Yo tampoco me lo creía. Lloré mucho más en la ducha del día después, cuando fui descubriendo cada una de mis lágrimas en el reflejo de cada azulejo, intentando ocultar la realidad, huyendo de la propia muerte, la misma de la que tú y ella huisteis tantas veces. Tú también me dirás que la muerte de una madre es como si a uno le amputaran una parte de su cuerpo. A mí me cuesta imaginar mis veinte años sin ella. Y tú aún sueñas con que te coge de la mano y te aprieta y sigue acariciándote con la misma sutileza con la que un día meció tu cuna. Yo recuerdo su intranquilidad ante tus dolores de apéndice y tus “mamá, ¿te queda mucho para llegar al hospital?” Cuando estamos mal siempre pensamos en ellas, aunque ellas siempre piensen en nosotros. Es difícil no volver a encontrar una llamada perdida con su nombre ni siquiera un “no”, por respuesta, ante cualquier salida nocturna. Seguramente aún conservarás el color del carmín de sus labios, sus lápices y la máscara de pestañas. Tu madre nunca prescindió de ellos. Los aromas de sus platos vuelven a evaporarse cada mañana y tú harto de tantos almuerzos en los que sigue faltando su silla. A nuestro mejor día de playa nos llevó ella y debían de gustarle los atardeceres porque hasta el de su último día era bonito. Gracias por esperarme para empezar a llorar, por echar de menos mi abrazo. Gracias por arrodillarte ante el clero, aunque sólo fuera cuestión de minutos. Eres demasiado inteligente para creer en la vida eterna. No te quedes con el recuerdo frívolo de ella tras el cristal de la mampara, y dibújala con la misma sonrisa con la que aparece en aquella fotografía situada al lado del televisor en el que vimos Las cosas que nunca te dije. En la lista de Mi vida sin mí tu madre habría escrito vivir más años para estar contigo. Ahora eres tú el que debes escribirle de vez en cuando…

-Ya no vas a poder tomarte su arroz con leche.- me dijiste.
-Espero que lo aprendas a hacer tú.- te contesté.