martes, 21 de abril de 2009

La foto . . .



Nos hemos aproximado al punto exacto en el que ya todo nos da igual. Hemos llorado lo suficiente para no tener que llorar más. Nuestros hijos se fueron de casa. Ya sólo llaman por las noches, cuando tú ya has comenzado con tu procesión de ronquidos y yo sigo bordándole a la niña la manta que nunca se pondrá; pero también nos hemos acostumbrado a hacer cosas innecesarias, quizá porque a nuestra edad ya lo hayamos hecho todo.

Me has dicho que te haga una fotografía. El viaje fue improvisado. Esta vez no lo pagó el niño. Por muchos recursos que sigamos teniendo la edad no nos libra de terminar en eso que llaman “Residencia de ancianos”. Mañana puede que empecemos a perder la cabeza y sería triste que dejáramos de recordar nuestros nombres o que yo me olvidara de tu primer beso o de la cara de nuestro primer hijo en aquel quirófano al que te negaste a entrar. Sería triste que no nos cuidaran con la misma delicadeza con la que nosotros mecimos sus cunas, pero será que esto de la globalización lo está cambiando todo y ya nosotros sólo vemos un único canal; y mal, porque escuchamos poco aunque hayamos visto mucho.

No logras colocarte en la barandilla del puente que has elegido para inmortalizarte. Has empezado a tambalear pero te niegas a reconocer que lo llevas haciendo varios meses. Yo ya no soy la misma que conociste. He empezado a flaquear y los vestidos ya no me quedan igual que antes. Creo que he empezado a perder hasta carácter, pero me gusta seguir viéndote todas las mañanas a mi lado. ¿A ti no? Hemos perdido la práctica de ciertos vicios pero no hemos caído en el error de separar nuestras camas. Eso nunca. Me encantaba mirarte con cara de odio mientras me preguntaba en silencio por qué te quería tanto. Ahora eres tú el que me da los golpes en la espalda cuando me atraganto.

Ya hice la fotografía. Te lo he tenido que decir dos veces, pero ya no me altero. Tú también has comprendido que la vida son etapas y a nosotros, ahora, nos toca vivir ésta.

lunes, 30 de marzo de 2009

Arena de otro mar . . .


Te has puesto en el encuadre perfecto de cualquier foto perfecta.

Hoy no me he traído el diario. Ni el flash.

Dime en qué piensas cuando las olas terminan rompiendo en la orilla.

¿Salado o dulce?

El café estaba amargo y el perro no era tuyo.

¿Por qué finges?

Hoy no tengo ganas de hablar. A veces pienso que callo demasiado.

Es un defecto.

Hablar demasiado también lo es y a mí el término medio de Aristóteles no me quedó muy claro.

¿O no quise aprendérmelo? Ahora dudo.

El perro no habla. La lengua se la dejó en su última cacería.

Tú y yo sí que somos dos cotos privados de caza. Y sin armas para resolver determinadas crisis.

¿Qué no es lo mismo?

La primavera en abril. El tiempo que pasa. El color del mar y la arena de la playa.

Nuestro carpe diem.

Los pantalones del señor en aquella cafetería.

Tú de madre.

¿Qué conectan los enchufes?

La sinceridad es un plato que no se sirve con cualquier capuccino.


Al olvido le falta azúcar y mucha sal.


Podríamos volver en julio.

Con arena de otro mar.


martes, 17 de febrero de 2009

El escondite . . .


El olvido es tiempo invertido. Dime tú qué es el presente sin pasado y el futuro sin progreso. No me vas a contestar. Nunca me has contestado. Eras filósofo y bueno en Filosofía. Tu expediente lo revela. ¿Sabes? Odiaba tu cobardía porque parecía ser yo la única en enterarse de ello. Tú en el silencio no eras nadie. Yo tuve que aprender a valorar ese silencio. A veces pienso que te conocí demasiado para el poco tiempo que nos dimos. Quizá por eso siga tendiéndote en mi diván e intentando jugar con tu yo, ello y superyó.

No. Hoy no voy a escribir sobre ti. Hoy voy a arrancar todas las páginas del diario. Hoy voy a eliminar las fotografías de los álbumes y vamos a jugar al escondite. Tú en una pared y yo en otra. Tú en una esquina contando hasta cien y yo llegando a doscientos de diez en diez. He delimitado el perímetro que nos separa. He puesto fuego en los vértices. Te he enseñado a contar pero has hecho trampas. He visto tu sombra al pasar por mi espalda y la huella de tus zapatos en la arena del camino. He sentido tu hálito y tu perfume mientras todo se llenaba de pretéritos pluscuamperfectos. Te has saltado las reglas del juego aún sabiendo que, lo nuestro, era un partido amistoso.

He reído. Sigue moviéndose con cierta guasa la rama del árbol en el que te has escondido.

He gritado ¡por ti! Pero he descubierto que en esta noche, los dos somos cascarón de huevo.