martes, 31 de julio de 2007

Pecar demasiado...

"No vuelvas a mirarme con esas gafas de mercadillo ni esos chalecos de barata imitación. No confundas estilo con tendencia ni mezcles cocodrilos con caballos"... Sigues hablando con la misma prepotencia que detesto desde el parvulario y quizá sufras complejo de líder de la oposición pero te recuerdo que lo tuyo siempre fueron los números y las noches de resaca. No me pidas que matice mi ironía porque es genética y tampoco que me ponga los pendientes que me regalaste en aquella primera vez porque, al igual que tus gemelos, se perdieron por el váter. Los despechos femeninos nunca son aconsejables. Eché de menos nuestras disputas y tus portazos sin salir de casa, aquélla que alquilamos en nuestra etapa de estudiantes. Te dejaste amarrar de pies y manos pensando que eras un experto en desatarte. Ahora entenderás por qué nunca quise casarme contigo. Te acostumbraste al frío de Londres y yo a las tiendas de París y siempre que pudimos coincidir tú bajabas al Atlántico y yo viajaba a Venecia en busca de un amor en la Plaza de San Marcos. Pero tú volvías más moreno y yo harta de darle de comer a las intrépidas palomas.
La Puerta de Alcalá nos unió al fín, y ahora vas de experto psiquiatra que regala flores a sus pacientes. Si el diván hablara sería más explícito que alguna de nuestras miradas de adolescentes. Mi divorcio fue más caro que el tuyo (quizá contaron mal tus infidelidades) y ahora quieres que formemos una familia a “Los Serrano” pero cambiando la taberna por mi despacho de abogados.
Si nos casamos por la Iglesia sería pecar demasiado.

lunes, 2 de julio de 2007

La cita de las siete


Tú vives en el 32 y yo en el 33. Los dos llegamos a la vez, pero con otros aires. Debes de ser algún broker de esos que se llevan ahora porque todas las mañanas sales con corbata, chaqueta y maletín de terciopelo. También podrías trabajar en el Corte Inglés, pero tienes un horario demasiado flexible para ello. Siempre me abres la puerta del antiguo ascensor y siempre me miras los zapatos –Hasta cuando salgo con mi ipod a pasear al perro– ¡Por cierto! Creo que lo odias, pero él a ti también. No soporta que me mires el escote de esa forma tan descabellada y empieza a morderme los tobillos cuando cada lunes, a las siete de la mañana, decides retarme con tu mirada. He rozado tu chaqueta para ver si esa raya diplomática era de verdad (no más que mi elegancia). Ya no se llevan chalequillos por encima de las camisas aunque alguien te habrá enseñado que las corbatas de lunares son tendencia. Usas cera y no gomina y un perfume poco original para ser tan caro. No me gusta coincidir con tu olor en otros ascensores, pero sí coincidir contigo.
Esta misma mañana me he despertado tarde y he corrido hasta la puerta de la entrada para, por lo menos, verte salir a través de la mirilla. Habías cambiado de peinado, ya no llevabas chalequillo ni corbata, ni esos horribles zapatos que siempre dejaban marcas en las escaleras los días de lluvia y de ascensor averiado. Has dudado en bajar y creo que me has echado de menos en “nuestra cita de las siete”. Cógeme número en la hora del pan que ahí sí que no falto.

He dejado de mirarte cuando la mirilla de la entrada se ha empañado con mi aliento. He sentido un cosquilleo en los tobillos y pensé que serían las puntas de tus zapatos iniciando el ascenso por mis piernas...
Mi perro se había comido el último calcetín limpio que me quedaba y, ahora, creo que también me odia a mí.