martes, 2 de septiembre de 2008

Disfrazar y disfrazarse . . .


Mi sobrino Alejandro disipa sus miedos aferrándose en cada uno de los personajes que le aterran por las noches. Se convierte en el héroe de sus cuentos y en el pirata de sus vídeos. Esos vídeos, a veces, se los regalo yo. Mi sobrino se coloca el parche de pirata y alza su espada de guerrero, y me pide que le pinte la cara como a un indio o le enseñe a poner bien el capote [siempre de torero]. A mi sobrino le dan miedo los piratas, no le gusta perder, odia a las brujas y teme al sonido de los tambores hindúes. Mi sobrino es guapo y quizá también le tenga miedo a la belleza.

Yo nunca pude vestirme de mis miedos infantiles, porque siempre admiré a los piratas y al sonido de los tambores. Quizá me disfrazara de mí misma representando un papel utópico en la vida real. Quizá, también, disfrazara todos mis miedos, pensando que podría hacer creer que no temía a nada ni a nadie.
¿Pero cómo puedo disfrazarme de muerte, fracaso o soledad? No puedo pintarme la cara y gritar al mismo tiempo que tengo miedo a la soledad, ni tampoco ponerme un parche en el ojo y decir que sufro de desamor. ¿De qué color se pinta a la muerte y, al mismo tiempo, a las ganas de vivir? ¿Qué color le pongo al futuro si aún no he aprendido a manejar la acuarela del pasado? ¿Qué lienzos me esperan por pintar hasta completar la galería de arte?

Mi sobrino sigue disfrazándose. Ha empezado a manejar las acuarelas y es un obsesionado de los pinceles. Sigue queriendo ser pirata de mayor, aunque no sepa de velas ni de barcos. Mi sobrino sigue pidiéndome que le enseñe a pintar pero no sé cómo decirle que no entiendo de lienzos, pinceles ni cuadros .

Los dos seguimos igual de ilusionados y sin querer quitarnos el disfraz . . .

martes, 20 de mayo de 2008

No estás . . .


He heredado cierta atracción por amanecer en París. De Londres me imaginé una amplia cristalera llena de gotas de lluvia. Tú siempre estarías dormido cuando girara la cabeza, compartiendo el mismo colchón, la misma cama del minúsculo apartamento donde habíamos decidido vivir. Hoy sé que tú nunca vas a estar entre las sábanas blancas que compraríamos en un céntrico mercadillo. Tampoco traspasarás la línea imaginaria que toda pareja crea en la almohada. No vamos a compartir hoteles de New York, ni alquilaremos habitaciones de dos camas sin espacio para ubicar a la mesita de noche que las separa. Tú no vas a cambiarle los pañales a mis hijos ni los vas a sacar a pasear. Podrán tener tu mismo nombre pero no el tuyo. Los olvidos impuestos duelen más que los del tiempo. No vamos a mezclar nuestros perfumes en la ducha. Tampoco el carmín de mis labios compartirá cajón con tu cuchilla de afeitar. No vamos a leer la prensa juntos ni a revelar fotografías en blanco y negro en un cuarto oscuro. Creo que ya no nos vamos a hablar más, aún teniendo mucho que contarnos. Los errores duelen más cuando uno tiene la sensación de haber perdido la oportunidad de sanarlos […].

Siempre me gustó lo trascendental de las puertas de embarque. Los aeropuertos colapsados de desconocidos al vaivén de letras y números. Los destinos. El saludo del comandante y las indicaciones de las azafatas en caso de peligro. Siempre prescindí de ese momento, quizá pensando que jamás recordaría cómo ponerme la máscara de oxígeno en caso de emergencia. Tú estabas en la enorme cristalera que me separaba de la pista de aterrizaje. Tú estabas en las esquinas dobladas de cada uno de mis libros, en la tienda de souvenirs donde me compré pulseras y collares. Tú estabas en el montón de postales en el que siempre sobraba una, y dos. Tú estabas cuando me tendía al sol y me imaginaba en una isla desierta, sola contigo.
Tú ya no estás por las mañanas ni tu gota de café manchando el artículo de Millás. Ya no hay línea imaginaria en la almohada ni avería en el ascensor. Ya no estás en los despegues ni en los aterrizajes, ni siquiera en la estrechez de los baños a los que siempre acudíamos en los puentes aéreos. Los cuadros que colgaste los he puesto en el suelo, porque alguien me dijo que eso era cool. Culpables fuimos los dos. Arrepentida, yo…

No he retirado tu fotografía de mi mesa de noche, porque aún me sigue gustando que tus ojos precedan a cualquier amanecer, aunque ya no estés.

sábado, 26 de abril de 2008

Posdatas . . .


Alguien dijo que no nos debería preocupar la muerte porque serán otros los que tengan que superar nuestras ausencias. Nunca quise decirte que aquel atardecer en las escaleras del tanatorio inspiraba unas páginas de las tuyas; y ahora eres tú el que me las pides a mí. El aire llegaba marismeño, con la humedad de las lágrimas de los presentes. Yo tampoco me lo creía. Lloré mucho más en la ducha del día después, cuando fui descubriendo cada una de mis lágrimas en el reflejo de cada azulejo, intentando ocultar la realidad, huyendo de la propia muerte, la misma de la que tú y ella huisteis tantas veces. Tú también me dirás que la muerte de una madre es como si a uno le amputaran una parte de su cuerpo. A mí me cuesta imaginar mis veinte años sin ella. Y tú aún sueñas con que te coge de la mano y te aprieta y sigue acariciándote con la misma sutileza con la que un día meció tu cuna. Yo recuerdo su intranquilidad ante tus dolores de apéndice y tus “mamá, ¿te queda mucho para llegar al hospital?” Cuando estamos mal siempre pensamos en ellas, aunque ellas siempre piensen en nosotros. Es difícil no volver a encontrar una llamada perdida con su nombre ni siquiera un “no”, por respuesta, ante cualquier salida nocturna. Seguramente aún conservarás el color del carmín de sus labios, sus lápices y la máscara de pestañas. Tu madre nunca prescindió de ellos. Los aromas de sus platos vuelven a evaporarse cada mañana y tú harto de tantos almuerzos en los que sigue faltando su silla. A nuestro mejor día de playa nos llevó ella y debían de gustarle los atardeceres porque hasta el de su último día era bonito. Gracias por esperarme para empezar a llorar, por echar de menos mi abrazo. Gracias por arrodillarte ante el clero, aunque sólo fuera cuestión de minutos. Eres demasiado inteligente para creer en la vida eterna. No te quedes con el recuerdo frívolo de ella tras el cristal de la mampara, y dibújala con la misma sonrisa con la que aparece en aquella fotografía situada al lado del televisor en el que vimos Las cosas que nunca te dije. En la lista de Mi vida sin mí tu madre habría escrito vivir más años para estar contigo. Ahora eres tú el que debes escribirle de vez en cuando…

-Ya no vas a poder tomarte su arroz con leche.- me dijiste.
-Espero que lo aprendas a hacer tú.- te contesté.

sábado, 12 de enero de 2008

Como vapor de agua . . .

Búscame en el perchero de la entrada, pero cambia las llaves de sitio...El pincel y mis témperas siguen guardando mi olor. Un perfume caro que me compraste. Repetías el regalo en todos nuestros aniversarios, quizá pensando en conservar nuestro amor de la misma forma que el frasco conserva al perfume...
He cambiado la cerradura de la puerta, no por miedo sino por rencor. Los corazones se dilatan tanto que si no explotan dejan cicatrices. Las fotos, en el desván, haciéndole compañía a las termitas. No me pidas que baje al garaje y le cambie el aceite al coche. Dijimos que eso era tu trabajo. Mi madre sigue haciéndote los mismos pucheros que devorabas, y las niñas siguen esperando tus arrumacos. No sé si guardarte una tarde de sol o que el sol nos guarde a nosotros. Dejaste una cáscara de naranja al lado del cubo de la basura y el olor impregnado en mis manos. Te pedí que no dieras ningún portazo y dejaste la puerta entreabierta, con tu sombra pintando la pared, de negro. Te fuiste como el vapor de agua de nuestras duchas nocturnas, escribiendo tu nombre en el espejo del baño. Aún diviso tu letra cuando me miro en el cristal. Fue como la muerte dulce de las duchas nazis, un adiós que no maquillaba ningún hasta luego, un silencio que mataba a los más fuertes, una sonrisa y un gesto con el brazo...
Un "ciao" nada italiano.